Hace unos días, me pidió que cubriera la amplia mesa del porche con el mantel de lino que tanto le gusta. Puede que haya cambiado sus ciclos circadianos. La verdad es que lleva algún tiempo sin trasnochar. Ahora se levanta rozando el alba. Y escribe al aire libre, mirando al mar y bebiendo zumo de naranja recién exprimido.
En sus paseos por el parque encontró una pluma de pavo real y, con su habitual destreza manual y de un certero tajo, la ha convertido en pluma de escribir. Mientras arreglo los arriates del jardín observo de reojo, como hace pruebas con tinta y papel hasta conseguir que escriba mientras la luz del amanecer se trasluce a través de su color tornasolado.
Envuelto en su batín y sentado en ese sillón de bambú, está arrebatador. Se pone sus antiguas y diminutas gafas de cerca, se inclina sobre el papel y escribe:
Cuanto me gustaría saber escribir bien, pero bien de verdad. Y sobre todo saber describir, retratar con la palabra. Mejor cantar, como cantan los verdaderos poetas.
En sus paseos por el parque encontró una pluma de pavo real y, con su habitual destreza manual y de un certero tajo, la ha convertido en pluma de escribir. Mientras arreglo los arriates del jardín observo de reojo, como hace pruebas con tinta y papel hasta conseguir que escriba mientras la luz del amanecer se trasluce a través de su color tornasolado.
Envuelto en su batín y sentado en ese sillón de bambú, está arrebatador. Se pone sus antiguas y diminutas gafas de cerca, se inclina sobre el papel y escribe:
Cuanto me gustaría saber escribir bien, pero bien de verdad. Y sobre todo saber describir, retratar con la palabra. Mejor cantar, como cantan los verdaderos poetas.
Qué impotencia señora mía, no me salen las palabras precisas para expresar ese momento mágico vivido anoche cuando pude ver en sus ojos una belleza indescriptible. Cualquier intento; cualquier metáfora, no estaría a la altura de lo que tuve el lujo de contemplar. Así que no lo hago, porque se que esa sonrisa burlona que ahora le provocan éstas líneas se podría tornar en una carcajada. Pero muy a mi pesar he sentido el impulso de expresarme y dar las gracias por su regalo involuntario".
Me ha pedido que corte algunas flores del jardín, prepare un ramo, y llame al mozo para que el cochero las lleve, junto a la nota, a la casa de la señora Baronesa. Confiado y prepotente ha estado buscando uno de sus antiguos discos de vinilo hasta encontrar la “soleá de Córdoba”. Mientras la escucha, llega el mozo con el ramo de vuelta y un recado verbal: “La señora dice que sólo admite flores de su esposo y que lo de mirarse en sus ojos... es cosa de usted, señor".
NADA