miércoles, 10 de marzo de 2010

NADA MEJOR ...QUE HACER TABLAS


La respuesta.

Ahí está el sobre, inerte, desafiante. Apoyado en la estatuilla de bronce parece presidir el inminente encuentro entre los dos amigos. Ha llegado hace unas horas por correo ordinario y el remite demuestra su inequívoca procedencia.

Hoy tenemos almuerzo de fuste. Viene don Enrique de los Duraznos, el marqués de la Atunara. Es mucho lo que se juega, nada menos que uno de sus negocios más rentables. Pero está confiado; a la luz de los acontecimientos tiene ganada la apuesta.

Mi poeta se ha vestido informal pero sobrio: chaqueta clásica príncipe de Gales, pantalón beige y un pañuelo de seda color borgoña al cuello. Me ha pedido que adorne la mesa con un buqué de flores silvestres y que ponga los candelabros de plata de las grandes ocasiones. Y la vajilla de Worcestershire. Y la cristalería de Bohemia con el escudo de la casa grabado en oro. La ocasión lo merece. Sin embargo, yo estoy tranquila porque lo veo confiado y más prepotente que nunca.

Brindan. Y don Enrique inicia la conversación.
—Espero que hayas tenido en cuenta los tres requisitos que, según nuestro juego, debe cumplir una candidata, a saber: Que sea casada o tenga amante fijo. Que sea bruja y que no sea una vulgar calienta pollas.
—Poco importa eso para mi propósito pero creo que, al menos, cumple dos de ellos.
El marqués de la Atunara hace un gesto de conformidad y prosigue.
—Tener respuesta no es mal signo...¿Has leído el contenido?
—No. Te ruego que seas tú quien abra el sobre y lo leas con tu hermosa voz modulada.

—De acuerdo — dice, el marqués, abriendo el sobre pausadamente— Ya sabes que si ganas la apuesta tendrás mi negocio de almadraba y si pierdes ...recibiré tú ganadería.
—Así es, Enrique. El sobre que contiene el escrito donde dejé constancia de cual sería la meta a cumplir lo ha tenido en custodia nuestra amiga Nada.
Mientras mi poeta le observa con gesto de complacencia, don Enrique inicia la lectura de la carta:

Marqués de la Bellasombra.
Ciudad.
Estimado, amigo:

Cuando departimos amigablemente es usted todo un señor, por el contrario en sus escritos parece desvaríar. A que vienen esas tonterías, y qué le hace suponer a su gente que soy una cantaora. Están todos ustedes locos, empezando por Nada. Bromas aparte; ya sabes que sólo voy a comentar lo referente a la literatura, y en ese aspecto me parece que eres un genio. Estos escritos de NADA, con las cartas, deberías recopilarlos y con el tiempo convertirlos en un libro. Un libro original, donde la voz del narrador, en este caso la narradora, nos lleva de la mano para mostrarnos la vida y andanzas de su personaje; sus estados de ánimo, sus sentimientos; su manera de ver el mundo. Te dije y repito, que tienes una manera de escribir muy acertada, donde el análisis, la estructura y la forma adquieren unos matices innatos que, no estaría nada mal pulir y controlar de forma consciente.
No sé si te dije que soy una tímida, por eso me muevo como pez en el agua sólo en los terrenos que yo controlo. Los otros, los tuyos, me parecen una gozada porque tengo mucho que aprender, pero si hay mucha gente, me corto. Con respecto a mi actitud en el encuentro de ayer, ya te digo, intento pasar desapercibida o al menos, hasta que vea con qué tipo de
gente me estoy relacionando. Ya dejé de probar la profundidad del río con los dos pies.
Tus cualidades innatas, como los diamantes en bruto, son la genialidad. Pero sigue mis consejos: Un pedazo de diamante puede valer mucho, pero no tiene utilidad si no lo ajustamos a la joya en la que irá engarzado.
Un abrazo y hasta la vista.

La Baronesa de los Sueños Imposibles

Con disimulada satisfacción, el marqués de la Atunara le entrega la carta a mi querido poeta y sentencia en tono comedido: —Está claro que has perdido, amigo mío.
—Yo que tú no estaría tan seguro—.
Replica éste con cierto tono de altanería —Hagamos que Nada abra el sobre lacrado y lea lo que escribí antes de iniciar la apuesta. Si no he alcanzado lo que prometí, entonces si habré perdido.

Confieso que estoy nerviosa. Se juega su ganadería pero, sobre todo, su autoestima y su prestigio de conquistador. Abro el sobre, y con la solemnidad que me inspira el momento, leo:

Prometo que si no cumplo mi meta final cederé a Don Enrique de Durazno y Pérez mi ganadería de reses bravas denominada “Los Jarales” cita en el termino municipal de Tarifa (Cádiz). Mis dos primeros objetivos serán: Conseguir un acercamiento a la señora previamente escogida, hasta que lleguemos a tener amistad y trato personal. Hacer que acepte, con regocijo y agradecimiento, el regalo del título de Baronesa de los Sueños Imposibles. Conseguido esto, la finalidad última será:
Lograr que ella me oriente en el arte de escribir relatos de tal forma que yo sea capaz de obtener notoriedad.

Le entrego el escrito a don Enrique pero éste lo ignora y protesta airadamente.
—¡Tenías que conquistarla!... Ese era el desafío.
—¡No!... tenía que alcanzar la meta que me propuse, la que escribí en la tarjeta que Nada ha estado custodiando.
—Pero se sobreentendía que, como en otras ocasiones, se trataba de una conquista
— Insiste don Enrique en su reclamación.
—¡Y una conquista ha sido! leches. Te parece poco proponerme que me ayudara a escribir bien y haberlo logrado hasta el extremo de ganar tres premios literarios. ¿No te das cuenta que en ese sentido está rendida a mis pies? Pero si dudas de mi buena fe y crees que no he sido leal en este lance, te propongo renovar la apuesta.
Don Enrique arquea las cejas y espera en silencio la propuesta. Su amigo vuelve a sorprenderlo con unos de inesperados desafíos.
—A partir de hoy mi meta no será conquistarla sino lograr que, por si misma, ella me declare su amor.
—De acuerdo. Y...¿qué tiempo nos ponemos esta vez?
—Una eternidad, Enrique, una eternidad, amigo mío. —
Exclama el poeta suspirando.
—Te entiendo. Yo me quedo con mi almadraba y tú con tus toros. Ambos sabemos perder con hidalguía.

NADA

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