Anoche disfrutamos en la cena que ofreció en su casa el insigne poeta Aranda. Había gente variopinta: El cónsul de la Polinesia, un hombre de espesa barba negra que sólo abrió la boca para picar algo; Olga, amiga entrañable, artista polifacética y amena conversadora, acompañada de su inseparable filósofo. También un trío de argentinas, simpatiquísimas, que amenizaron la velada con sus vehementes comentarios y opiniones en los que, haciendo gala de una dialéctica magistral, mezclaban como si nada, metafísica, gastronomía y sicoanálisis. Y mi poeta. Y yo; de cuya presencia algunos sabían pero la ignoraron.
Dado el éxito de la corrida era inevitable hacer un comentario sobre toros. Cuando llegó ese momento el cónsul continuó estando mudo y las tres argentinas callaron. Aranda dijo:
-El ritual del toreo me embriaga.
-No esperaba menos de ti, mi admirado poeta.- replico él, para luego rematar con una frase lapidaría.-“ A quien no le gusten los toros no puede o no debería ser poeta”.
Todos permanecieron en silencio, como si hubiesen oído una sentencia que acatar. El anfitrión, -que desde los aperitivos no dejó de servirle Jerez- le abrazó satisfecho.
Ya tarde se despidieron todos los invitados, posiblemente para seguir por ahí de copas, menos él, que se quedó conversando con su amigo Aranda sobre proyectos e inquietudes.
- Ya es suerte entablar amistad con una mujer culta y brillante como la Baronesa- Dijo Aranda dando un giro repentino a la conversación y poniendo cierto énfasis al pronunciar el título.
- A estas alturas, no sabría qué decir, créeme.- Respondió él, tratando de eludir el tema.
Llegamos a casa de madrugada. Estaba cansado y borracho. Un estado que le es propicio y natural para inspirarse. Pero no le apetecía, mejor dicho, si le apetecía escribir aunque sobre una de las argentinas pero él desea seguir siendo fiel a la Baronesa. Una tragedia. Así que se retiró a descansar y tuve que ser yo quien dirigiera unas líneas a tan misteriosa y delicada señora. No molesté al cochero, ni al mozo, ni he utilizado el correo electrónico: He dejado la nota aquí, que se yo que ella suele husmear por nuestro lar.
“ Señora Baronesa de los Sueños Imposible.
Dice su amiga la soprano que ha sido a causa de las habladurías de mi poeta por lo que usted ha cerrado las puertas de su casa a cal y canto y ha dejado de compartir experiencias literarias con sus amigos. Miente usted o miente su amiga; seguro; ya que las veces en las que ha visitado su salón ha sido camuflado como Nada, en contadas ocasiones, y para regalarle comentarios laudatorios. Presiento cierta intención de querer desprestigiar a un respetable hacedor de fantasías. Lleva él razón cuando me comenta que en algunos pretendidos círculos intelectuales imperan la vulgaridad,la trivialidad, la nimiedad, el estúpido celo por las cacofonías, y otras tonterías de principiantes; además de una remarcada falta de clase y elegancia.
Le aburren los tediosos inventores e inventoras de historias sin estilo, de historias simplonas disfrazadas de fingida originalidad; redactadas y estructuradas con fórmulas simples, por consabidas. Y él, que sabe sacar punta a todo – menos a un lápiz- cree que otros van a entender su humor satírico e inteligente. Pero se equivoca. Su reino no es de este mundo. Él- como usted- nació para crear y otros para intentar escribir y creer que lo hacen.
Como doy por supuesta su exquisita educación espero que, ya que mi poeta ha sido lo suficientemente caballero al pedir excusas por haberle tirado de las trenzas, usted también aclare la incómoda situación creada por comentarios inexactos.
Suya afectísima.
NADA”
Había notado su presencia a mis espaldas pero quise terminar. -¿Para qué haces eso si sabes tan bien como yo el poder que tiene la mentira?- Preguntó él. Y, por una vez, su voz sonó aguda y límpida.
-Estás equivocado, no miente. Algunas personas se ven involucradas en un juego de sutilizas que, llegado a un punto, las supera. Eso es todo.
-Llevas razón, Nada. Tenemos que entender que ser brillante acarrea una servidumbre. La gente sencilla se conforma con poco y se asusta fácilmente, nosotros no nos damos por satisfechos si no rozamos la genialidad jugando con el retruécano…aunque, a veces, no sepamos colocar una coma o se nos olvide una tilde. Por cierto, querida; creo que ya es el momento de descolgar ese retrato y reponer el Romero de Torres.